Honoré de Balzac, "La piel de zapa"
Voy
a revelar a usted, en pocas palabras, un gran misterio de la vida
humana. El hombre se consume a causa de dos actos instintivamente
realizados, que agotan las fuentes de su existencia. Dos verbos expresan
todas las formas que toman estas dos causas de muerte : «Querer y
Poder». Entre estos dos términos y la acción humana, existe otra fórmula
de la cual se apoderan los sabios y a la qué yo debo la suerte de mi
longevidad. «Querer» nos abrasa y «Poder» nos destruye; pero «Saber»
constituye a nuestro débil organismo en un perpetuo estado de calma.
Así, el deseo, o el querer, ha fenecido en mí, muerto por el
pensamiento; el movimiento, o el poder, se ha resuelto por el
funcionamiento natural de mis órganos. En dos palabras : he situado mi
vida, no en el corazón, que se quebranta, ni en los sentidos, que se
embotan, sino en el cerebro, que no sedesgasta y que sobrevive a todo.
Ningún exceso ha menoscabado mi alma ni mi cuerpo, y eso que he visto el
mundo entero. Mis plantas han hollado las más altas montañas de Asia y
América, he aprendido todos los idiomas humanos, he vivido bajo todos
los regímenes. He prestado dinero a un chino, aceptando como garantía el
cuerpo de su padre; he dormido bajo la tienda de un árabe, fiado en su
palabra; he firmado contratos en todas las capitales europeas, he dejado
sin temor mi oro en la cabaña del salvaje: lo he conseguido todo, en
fin, por haber sabido desdeñarlo todo. Mi única ambición ha consistido
en ver. Ver, ¿no es, acaso, saber? Y saber, ¿no es gozar
instintivamente? ¿no es descubrir la substancia misma del hecho y
apropiársela esencialmente? ¿Qué queda de una posesión material? Una idea.
juzgue, pues, cuán deliciosa ha de ser la vida del hombre que, pudiendo grabar
todas las realidades en su mente, transporta en su alma las fuentes de la dicha,
extrayendo de ella mil voluptuosidades ideales, exentas de las mancillas terrenas.
La imaginación es la llave de todos los tesoros; procura las satisfacciones del avaro,
sin proporcionar las preocupaciones. Por eso me he cernido sobre el mundo, en el
que todos mis placeres fueron siempre goces intelectuales. Mis excesos se han
condensado en la contemplación de mares, de pueblos, de selvas, de montañas. Lo
he visto todo; pero tranquilamente, sin cansancio. jamás he ambicionado nada,
esperándolo todo. Me he paseado por el Universo, como por el jardín de una
vivienda de mi propiedad. Lo que los demás califican de penas, amores,
ambiciones, reveses, tristezas, se convierte para mí en ideas, que , trueco en
ensueños; en vez de sentirlas, las expreso, las traduzco; en lugar de dejar que
devoren mi vida, las dramatizo, las desarrollo, me distraigo como con novelas que
leyera mediante una visión interior. Como nunca he desgastado mi organismo,
disfruto aún de perfecta salud; y como mi alma conserva todas las energías que no
he disipado, mi cabeza está mucho mejor surtida que mis almacenes. ¡Aquí -
prosiguió, dándose, una palmada en la frente-, aquí está el verdadero capital! Paso
días deliciosos dirigiendo una mirada inteligente al pasado, evoco países enteros,
parajes, vistas del Océano, figuras hermosas de la historia. Tengo un serrallo
imaginario, en el que poseo a todas las mujeres que no he conocido. Con
frecuencia, contemplo vuestras guerras, vuestras revoluciones, y las juzgo. ¡Ah!
¿cómo preferir febriles, fugaces admiraciones por unas carnes más o menos
sonrosadas, más o menos mórbidas? ¿cómo preferir todos los desastres de vuestras
erradas voluntades a la facultad sublime de llamar ante sí al Universo, al placer
inmenso de moverse libremente, sin estar agarrotado por las ligaduras de! tiempo
ni por !as trabas del espacio, al placer de abarcarlo todo, de verlo
todinclinarse sobre el borde del mundo para interrogar a las otras
esferas, para oír a Dios? Aquí -agregó en voz vibrante, mostrando la
piel de zapa-, en este pedazo de
piel, se encuentran reunidos el «poder» y el «querer». En él están resumidas
vuestras ideas sociales, vuestras desmedidas ambiciones, vuestras intemperancias,
vuestras alegrías que matan, vuestros dolores que alargan la vida, porque quizá el
mal no sea más que un violento placer. ¿Quién será capaz de determinar el punto
en que !a voluptuosidad se convierte en mal, y el en que el mal continúa siendo
voluptuosidad? ¿No acarician la vista los más vivos fulgores de! mundo ideal, al
paso que siempre !a hieren las más suaves tinieblas del mundo físico? ¿No se
deriva de saber !a palabra sabiduría? ¿Y en qué consiste la locura, sino en el
exceso de un querer o de un poder?
Diógenes, al fin y al cabo.
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